La hegemonía cultural
El concepto de Hegemonía, en la definición
tradicional, refiere a la dirección política o dominación especialmente en las
relaciones entre los Estados. El marxismo amplió esta definición a la dirección
o dominación entre las clases sociales, y es Antonio Gramsci, quien profundiza
el desarrollo de este concepto, tanto que puede considerarse un punto crítico
en el desarrollo no solo de su obra sino de toda la teoría cultural marxista.
Gramsci distingue entre dominio y hegemonía,
entendiendo al primero expresado en formas directamente políticas y, en tiempos
de crisis, coercitivas, y al segundo, la hegemonía, como una expresión de la
dominación, pero desde un "complejo entrecruzamiento de fuerzas políticas,
sociales y culturales". Para Raymond Williams, intelectual marxista de
origen galés, que ha hecho maravillosos aportes a la creación de una teoría
crítica de la cultura, la hegemonía es esto, o "las fuerzas activas
sociales y culturales que constituyen sus elementos necesarios"*.
Williams define a una cultura como un "proceso
social total", y plantea que la hegemonía va más allá que el concepto de
cultura porque relaciona a este proceso con las distribuciones específicas del
poder.
De esta manera el concepto de hegemonía cultural
revoluciona la forma de entender la dominación y la subordinación en las
sociedades actuales. Si bien es cierto que los que detentan la dominación
material son también los que ejercen la dominación espiritual, lo que resulta
decisivo no es solamente el sistema consciente de creencias, significados y
valores impuestos, es decir la ideología dominante, sino todo el proceso social
vivido, organizado prácticamente por estos valores y creencias específicos.
La ideología constituye un sistema de significados,
valores y creencias relativamente formal y articulado, que conforma una
concepción universal o una perspectiva de clase. En el proceso de
"imposición" de esta ideología, la conciencia relativamente
heterogénea, confusa, incompleta o inarticulada de los hombres es atropellada
en nombre de este sistema decisivo y generalizado. Plantea Williams que
"en una perspectiva más general, esta acepción de "una
ideología" se aplica por medios abstractos a la verdadera conciencia tanto
de las clases dominantes como de las clases subordinadas. Una clase dominante
tiene esta ideología en formas simples y relativamente puras. Una clase
subordinada, en cierto sentido, no tiene sino esta ideología como su conciencia
(...) o en otro sentido, esta ideología se ha impuesto sobre su conciencia -que
de otro modo sería diferente- que debe luchar para sostenerse o para
desarrollarse contra la ideología de la clase dominante".
Habitualmente el concepto de hegemonía se vincula a
estas definiciones, sin embargo, debe diferenciarse en lo que refiere a su
negativa a igualar la conciencia con el sistema formal articulado que es la
ideología. Esto no excluye los significados, valores y creencias que propaga la
clase dominante, pero no se iguala con la conciencia, no se reduce la
conciencia a la ideología dominante, sino que "comprende las relaciones de
dominación y subordinación según sus configuraciones asumidas como conciencia
práctica, como una saturación efectiva del proceso de la vida en su totalidad;
no solamente de la actividad económica y política, no solamente de la actividad
social manifiesta, sino de toda la esencia de las identidades y las relaciones
vividas a una profundidad tal que las presiones y límites de lo que puede ser
considerado en última instancia un sistema cultural, político y económico nos
dan la impresión a la mayoría de nosotros de ser las presiones y límites de la
simple experiencia y del sentido común".
Y quizás la experiencia histórica del llamado
"socialismo real", sea una muestra práctica de la incomprensión de la
profundidad de los procesos hegemónicos. Si la Unión Soviética hubiese sido
capaz de construir una hegemonía cultural alternativa a la que se intentó
desplazar con la revolución de octubre, en lugar de atenerse a imponer una
nueva ideología dominante, seguramente otra hubiese sido la historia.
En este sentido la hegemonía no es solamente el
nivel superior articulado de ideología y sus formas de control y dominio, sino
que esta constituye todo un cuerpo de prácticas y expectativas en relación con
la totalidad de la vida: nuestros sentidos y dosis de energía, las percepciones
definidas que tenemos de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. La
hegemonía cultural es entonces un "sentido de la realidad". Tanto que
Williams llega a afirmar que "en el sentido más firme, es una cultura,
pero una cultura que debe ser considerada asimismo como la vívida dominación y
subordinación de clases particulares".
Dos ventajas se desprenden de la utilización
práctica del concepto: En primer lugar, la incorporación del problema de la
hegemonía cultural para el análisis de las sociedades actuales y sus formas de
dominación, está más a tono con los procesos normales de organización y control
social que hoy vivimos. Mucho más que lecturas que aún se sujetan a hacer
mecánicos paralelismos entre nuestra realidad y la de situaciones geográficas e
históricas muy distantes a nosotros, en general en fases de desarrollo de las
tecnologías de la dominación más simples y primitivas. Basta con echar un
vistazo a las variadas lecturas que la izquierda hizo de los significados del
19 y 20 de diciembre de 2001 y de todo el proceso de recomposición del poder
hasta nuestros días, para dar cuenta de la importancia de mejorar las
herramientas conceptuales con las que analizamos los procesos políticos
(recordemos que hubo quienes creyeron ver el febrero ruso en el diciembre
argentino).
Cuando Gramsci insiste en la necesidad de la
creación de una hegemonía alternativa, y desarrolla su idea del pase de la
guerra de maniobras a la guerra de posiciones, está entendiendo que con el
desarrollo de las sociedades no se podía seguir con las mismas formas de lucha.
La incorporación del concepto de hegemonía cultural al análisis político
conduce a un "sentido de la actividad revolucionaria mucho más profundo y
activo que en el caso de los esquemas persistentemente abstractos derivados de
situaciones históricas sumamente diferentes".
En segundo lugar, la apropiación de este concepto,
implica un modo completamente diferente de pensar y comprender la actividad
cultural como tradición y como práctica. Desde esta perspectiva, el trabajo y
la actividad cultural no constituyen de manera habitual una superestructura. No
sólo por la minuciosidad y profundidad con la que se vive una hegemonía
cultural, sino porque la tradición y la práctica cultural pasan a ser
comprendidas como algo más que expresiones superestructurales de una base
económica y social determinada. Por el contrario, ahora se hallan entre los
procesos básicos de la propia formación, y vinculadas a un área de realidad
mucho mayor que las abstracciones de la experiencia económica. El pueblo
utiliza sus recursos físicos y materiales en lo que una sociedad define como
"ocio", "entretenimiento" y "arte". Desde esta
óptica, todas estas experiencias y prácticas culturales, que integran una parte
importante de la realidad de una sociedad y de su producción cultural, pueden
ser comprendidas tal como son, es decir, sin ser reducidas a otras categorías y
sin la característica tensión necesaria para encuadrarlas como reflejos o
mediaciones dentro de otras relaciones políticas y económicas determinadamente
manifiestas. Y a su vez, esta perspectiva conceptual nos permite, aún cuando no
reducimos estas manifestaciones a una superestructura, seguir considerándolas
como elementos de una hegemonía.
Advierte Williams los riesgos de llevar el concepto
de hegemonía a una "totalización abstracta". Si bien el concepto debe
tener una tendencia totalizadora, la abstracción de esto puede llevarnos a una
utilización errónea en la práctica. Una hegemonía existente es siempre un
proceso, nunca algo estático, inmóvil o inmodificable. "Es un complejo
efectivo de experiencias, relaciones y actividades que tiene limites y
presiones específicas y cambiantes". Y por otra parte, nunca se da de modo
pasivo como sistema de dominación: es continuamente renovado, recreado,
defendido y modificado. Así como también es continuamente, resistido, limitado
alterado desafiado por presiones que no le son propias. Es por esto que, pegado
al concepto de hegemonía, encontramos al de contrahegemonía y al de hegemonía
alternativa.
Desde un sentido político y cultural, la realidad
de toda hegemonía es que, mientras por definición es siempre dominante, nunca
lo es de modo absoluto o exclusivo. En todo momento las formas de oposición o
alternativa de la cultura y la política constituyen elementos significativos de
la relación de fuerzas general de la sociedad, entendiendo lo alternativo u
opuesto como formas que han tenido un efecto decisivo en el propio proceso
hegemónico.
"Una hegemonía estática -dice Williams- del
tipo indicado por las abstractas definiciones totalizadoras de una
"ideología" o una "concepción del mundo" dominante, puede
ignorar o aislar tales alternativas y tal oposición; pero en la medida en que estas
son significativas, la función hegemónica decisiva es controlarlas,
transformarlas o incluso incorporarlas".
Al reconocer esto, es necesario comprender que es
un reduccionismo incorporar a todas las iniciativas o prácticas culturales a
los términos que plantea la hegemonía dada. Y en esto se diferencia de la
superestructura, no todo lo que produce y crea el hombre está integrado a la
hegemonía, muchas manifestaciones culturales alternativas se mantienen al
margen o se hallan en oposición a la hegemonía, aún sufriendo sus límites y
presiones.
Por tanto, "la parte más difícil e interesante
de todo análisis cultural, en las sociedades complejas, es la que procura
entender lo hegemónico en sus procesos activos y formativos, pero también en
sus procesos de transformación. Las obras de arte, debido a su carácter
fundamental y general, son con frecuencia especialmente importantes como
fuentes de esta compleja evidencia".
¿Cuál es el lugar que ocupa entonces la cultura
alternativa, de oposición o contracultura? Puede decirse que todas o casi todas
las iniciativas y contribuciones, aún cuando sean manifiestamente alternativas
o de oposición, en la práctica se hallan vinculadas a lo hegemónico. He aquí la
profundidad de la hegemonía cultural. Para decirlo más simple: la cultura dominante
produce y limita a la vez sus propias formas de contracultura.
De todas formas, y aún asumiendo la profundidad de
las hegemonías culturales, sería un gran error descuidar la importancia de las
manifestaciones culturales que, aunque se encuentren afectadas por los límites
y las presiones hegemónicas, constituyen -al menos en parte- rupturas
significativas y aún cuando pueden -también en parte- ser incorporadas o
neutralizadas, en lo que refiere a sus elementos más activos pueden mantener su
independencia y originalidad.
CHICOS: Luego de leer el texto ensayen una defición propia de hegemonìa y contrahegemonìa y luego trabajaremos con eso en clase. Serìa importante que, ademàs de leerlo de modo conciente y comprometido, intentando entender (sugiero màs de una lectura), impriman el texto para trabajarlo en clase.
ResponderEliminarCualquier duda no duden en consultar
Profesor, podria rendir el examen del miercoles 8 durante esta semana? ya que tengo una evaluacion de una materia previa el martes 7 y preferiria rendirlo antes. Cualquier cosa mandame un mail a mi casilla de correo: magalirouaux@gmail.com
ResponderEliminar